Danzas sobre la nieve (Privado)

por **Elle Lavey** Dom Oct 23, 2011 9:00 pm

Hundo mis pasos y sobre la nieve dejo mis huellas, me pierdo entre sombras de algodón helado que hacen que mi mente peque en lamentos escondidos. Marco los arboles con mi olor siniestro, orquídeas oscuras dejaran un sendero y ahí estoy perfecta, radiante con un corazón que deja de latir por centenares. Danzo con un vestido que apenas y cubre cuarta parte de mis muslos y un saco que se ondea ante mis movimientos, una capa de piel de una soberana. Danzas gráciles tal cual felino que acompañan mi sonrisa y mi color casi humano. Lo soy, pesadilla. Me encuentro en aquel lugar perdida sin un ángel que me ame, pero sé que está cerca, lo puedo percibir, me gustan sus juegos, me gusta perderme y luego me encuentre. Lo echo de menos.

Mis danzas se detienen cuando mi olfato dice que no estoy sola, y mis ojos grises cetrinos se posan hacia la tarde que empieza amenazar en noche, huele diferente, pero no menos exquisito. Sonrío ávida y atenta con el corazón de este que esa música para mis oídos, me imagino su latir, un, dos, tres. Mis mejillas sonrojadas muestran se acentúan.
-¿Te has perdido creatura de la noche? – Mi voz suena melodiosa y aterciopelada, con unos ojos encantadores, que poseen un don hipnotizante y bastante llamativo, lejos del cielo, lejos de todo... y creo que estoy a punto de encontrar el camino a otro sitio... al sitio que nunca habito, uno prohibido por los dioses de Lost Heaven-.

por **Nathaniel Goods** Dom Oct 30, 2011 6:15 pm

Aburrida y monótona... Eran dos palabras que describían a la perfección la estadía de Nathaniel en el Lost Heaven. Los días, idénticos entre si, se sucedían en una cascada interminable de estabilidad y previsibilidad. Haciendo que la mente astuta y brillante del alemán padeciera cada instante y cada respiración, deseando que algo hiciera menguar la pasividad del lugar. Mientras se encontraba reposando en su cama, Goods miraba el techo con aire ausente. Era hora de hacer algo puesto que esperar a que las cosas acontecieren por sí solas era demasiado aburrido y decepcionante. Sin embargo, había una pega; los posibilidades de diversión eran sumamente limitadas en el hospital... Ah... qué dulce y diáfana epifanía. Los ojos del hombre brillaron con el mismo ingenio vivo que siempre habían tenido, dejando de lado, momentáneamente, el tono deslucido que habían adquirido desde su internación.

Nathaniel se vistió con simpleza, un pantalón vaquero con una remera de algodón cubierta por una tupidaz cazadora de cuero para protegerse del crudo invierno noruego. Se pasó la mano por el cabello, peinándolo atrás en su antiguo estilo, mientras sacaba un chupa-chups de fresa que había ganado en un juego con su compañero de celda... esto, habitación, quiero decir. Con la golosina en la boca, degustando el mediocre sabor frutal, el genio salió de su dormitorio con el mismo sigilo de un ninja. Comienza su caminata por un camino recorrido innumerable cantidad de veces en el pasado. Conocía esa parte del Castillo a la perfección, y tenía un mapa trazado en su mente... conocía varios recovecos dignos de ser explorados; y no, no es un eufemismo. Mientras paseaba con toda tranquilidad por sitios en veda su semblante era sumamente tranquilo, como si la idea de ser descubierto y pasar unas breves vacaciones en detención no le preocupare en lo más mínimo.

Varios minutos hubieron de trancurrir hasta que Nathaniel se encontró fuera del edificio que hacía las veces de hospital y mansión. Sin dirigir ni una sola mirada hacia atrás, el hombre continuó caminando hacia el pueblo, internándose en los jardines en dirección al bosque. Mientras lo hacía, el sujeto oyó el sonido de un par de pisadas detrás de sí y giró con lentitud sin perder la calma. Al ver el rostro conocido, esbozó una sonrisa ladeada.—Una criatura como yo nunca se pierde, querida. ¿Y qué hay de ti? ¿Te apetece un paseo con un amigo bajo la luz de la Luna? Si no estás de caza, por supuesto... No pretendo entrometerme en sus asuntos, mademoiselle— repuso a pesar de que no había ningún indicio en su tono de no pretenderlo. Se acercó a ella y le besó la mejilla, como si eso hiciera el encuentro oficial. Acto seguido, le ofreció su mano para que le acompañara en su camino.

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