Un día me enamoré de un ciervo triste.(Blake)

Su aliento era fresco, y sus ojos grises brillaban bajo la mañana azulada de otoño. Llevaba un vestido blanco que le cubría justo hasta encima de la rodilla, en la cual llevaba una tirita de flores, que cubría el rasguño del bar, hacía ya una semana. Se había tomado un par de tranquilizantes que la enfermera había confiado justo encima de su mesita de noche, eran blanca y parecían lágrimas, así qué por qué no tragaselas. Caminó descalza hasta las afueras del internado, jugando con dientes de león invisibles a los ojos que no contenían la magia grisacea de los suyos. Se cruzó con un chico al que casi no miró, y alejandose de él, las palabras brotaban acercadolo a la melancolía de Paulette.

-Un día me enamoré de un ciervo triste. le gustaban los fuegos artificiales en miniatura y los besos en la comisura de la boca-Abría los ojos al máximo justo para apretarlos al final de cada palabra- Pero no entendía mi cara pecosa y mis orejas pequeñas, así que recorté una careta y, renunciando a la vista periférica, me la puse para que me quisiera mejor.-No se dibuja sonrisa en su rostro, Paulette no era del tipo de chicas que solía bromear con temas tan importantes como el amor de un ciervo triste- ¿Qué si lo hizo?-Preguntó al ver la cara atónita del desconocido- Pues claro que sí, bobo. Qué te esperabas.- Se tumbó sobre la hojarasca y cerró los ojos un segundo.

Sus ojos se entreabrían, haciendo que su visión se convirtiera en caleidoscopios de colores. Sentía el frío que envolvía el lugar, pero al mismo tiempo se sentía lejana y libiana. Las palabras del chico bailaban en su cabeza: un vals encadenado con matices de cha-cha-cha. Se incorporó derepente y se frotó las malogradas rodillas. Se tiró pellizcos en las mejillas, enrojeciendo levemente el pálido de su piel.

-No llevo caretas ahora mismo-Dijo pensativa-Mi pequeño ciervo triste me dijo que se iría a construir un cohete para viajar por las costelanciones de mis mejillas-Dijo selañando a un par de pecas de belleza extrema en su rostro angelical-Y me dejó sola, esperando tontamente, y ya incluso el café se ha quedado helado-Una lágrima escapó, deslizandose por su mejilla, arrastrando parte del maquillaje por la esquisitez de sus formas. Hizo el gesto de llevar una taza de café en su mano derecha, extendiendo el pulgar refinadamente a cada sorbo imaginario.

Se tiró encima de él de improviso, como una brisa fría que no consigue mover un molinillo de viento. Le acarició el pelo con cuidado, clavando sus brillantes orbes en los del sorprendido muchado. Tiró de una de sus mejillas levemente, poniendo cara de pena-Creo que tu tampoco llevas.-Frunció el ceño, y otra lágrima escapó de sus ojos.-Me llamó Paulette, y quiero que te claves en mis costillas-Dijo rodeandolo con sus delgados brazos, envolviendolo en un abrazo de olor a parecetamol y vainilla.

Lo miró con levedad, demasiada alejada de la realidad para sentir un poco de frío. Su pelo era una bandera blanca al viento, un tiempo de tregua en uno de los partidos más difícil de ganar. Era paz, era guerra y costelaciones estelares. No había calma en su piel, su tacto era eléctrico y erizaba hasta el alma.

-Yo no lloro, lo hacen mis ojos-Dijo señalandolos derepente-Nunca nos hemos llevado bien, ellos cuentan historias que yo no deseo ver. Me hablan de ciervos tristes y máscaras para solucionarlo, y de soledad que se aleja en cohetes espaciales.-Su mirada se perdió de nuevo-No, yo no lloro, son ellos. Y saben hacer que parezca bello lo que desprenden, pero no es belleza lo que veo reflajado en el espejo, sino fealdad-Parecía cuerda por un momento.-Por eso nunca sonrío, porque me arquea lo terrible de mi rostro, y me lo impiden mis ojos, ellos se enfadarían. Saben hacer magia-Pronunció la última frase llevandose un dedo a los carnosos labios y produciendo un leve shhh.-A ellos les gusta que llore.

Derepente un líquido rojizo le llamó la atención. El rojo siempre le había producido mareos y jaquecas, así que se dio la vuelta acelerada. Se quitó la tirita de flores de su rodilla, la cual estaba completamente sana, y se la pasó sin mirarle.-Me asusta el rojo-Contó hasta doce y medio antes de desparramarse confusa sobre la nieve.