¿Dios?....No existe ningun dios [libre]

Observé a la pequeña muñeca sobre mi pecho, ella la había acercado y no entendí pero preferí no contradecirla. -Está bien...- contesté mientras era guíado a mi lugar para apreciar la actuación de la jovencita que parecía una niña. Me senté en una de las butacas de la capilla. Le observé alejarse unos pasos al frente mio y senté a la muñeca sobre mis piernas, como si fuese una pequeña niña a la cual cuidaba.
Escuchó con atención sobre sus hermanas, no entendía si eran hermanas de verdad o hermanas de su mente. -Entiendo, es un halago...- comenté viendo debajo del gorro que me cubría el rostro a excepción de la nariz, los labios y el mentón. -Quizás sólo su pequeña hermana la enternece y le hace soltar algunas lágrimas...- contesté y acaricie el cabello de la muñeca.

Suspiré al oirle cantar, tenía una voz expléndida y me enterneció la letra de la canción. Moví un par de veces la cabeza acompañado por su voz y cuando ella se detuvo le aplaudí. -Me fascinó...- contesté sinceramente y le extendí su pequeño juguete.

A mí no me importó sus lloriqueos, nadie valía algo en éste sanatorio para poderme pararme si quiera. Abrí las puertas con dolor porque mis músculos apenas se estaban recuperando y me quedé escuchandole, ahora era otra. Intenté sonreir y me giré mostrando un rostro inexpresivo. -¿Y qué ira voy a conocer?- pregunté socarronamente y bajé mi gorro mostrando el rostro desfigurado que poseía. Carcajeé y me quedé observandole, llevandome las manos a los bolsillos y teniendo una postura altanera. -Mi Dios permite todas las atrocidades del mundo, tal como lo hacen los otros Dioses...- si hubiese podido, una sonrisa siniestra se dibujaría en mis labios pero era una lástima tener un rostro inexpresivo por el accidente.

Observé la imagen que cayó sordamente haciendo eco en el recinto. -Todos somos pecadores- contesté refiriendome a las mujeres que ellas demominaba putas. -Yo soy un ángel caído...un abogado del diablo...- contesté sárdonicamente y me quedé observandole, sus movimientos felinos y más delicados me agradaban y me incitaban a devorarle con la mirada. Yo ya no le tenía miedo a nada, había conocido a la muerte en persona y había resurgido, literalmente de las cenizas, como un fénix.

Carcajeé y escuché el eco en el lugar, negué ligeramente e hice un chasquido con los labios, en tono burlón. -¿Conoces algo llamado sátira? Verás, yo no creo en tu Dios, ni mi Dios...ni el Dios de nadie...Ni en el cielo ni en el infierno...- comenté para que le quedara más claro. -Oh ya veo...- hice un gesto dramatico de admiración con las manos y continué inmóvil sobre le mismo lugar. Ví discretamente el lugar que observaba, un candelabro...demasiado alto para intentar algo con él, negué ligeramente y no me moví, por el contrario me acerqué a ella y ella lo hizo conmigo. Bueno hablabamos al parecer el mismo idioma.

-Sí, un ángel que cayó de allá arriba...- hice una señas con mis manos, como cuando se suelta una hoja y se deja ir por el viento. Caminé lentamente hacía el órgano y me senté en el banquito, abrí ruidosamente la tapa que cubría las finas teclas y comencé a tocar algo que resonaba con el eco de la catedral. Algo acorde y a doc al momento, hice como si ella no estuviese y seguí tocando. A mí nadie me llamaba imbécil pero si ella lo quería sentir o pensar, era muy su problema. Hoy tenía ganas de jugar. -¿A qué juego jugaremos, Perséfone...redentora de almas...?- pregunté sin quitar mi vista de las teclas del órgano, con una voz grabe y digna de un tenor. Comenzaba a sentirme bien con el sentimiento de fastidiarle y hacerle rabiar.

-No es que no quiera mostrar mi desfigurado rostro, sólo que no tengo porque andarlo enseñandolo al mundo, no son dignos...- dije burlonamente y no me afectó su comentario, en otra ocasión quizás me hubiese hecho pequeño y hubiese huído pero al nuevo Samuels ésas cosas ya no le afectan. -Si no quieres jugar, tú te lo pierdes pequeña...- intenté sonreir y comencé a caminar nuevamente a la salida, no sin antes contestar a sus provocaciones. -Lamento decirte que no creo ni en ángeles, ni en demonios, ni en Dioses y menos unos falsos...mucho menos en una mesías...- le guiñé un ojo e hice nuevamente fuerza para abrir las puertas que se habían cerrado minutos atrás. -Y otra noticia genio...yo no busco la libertad...no al menos la que tú pequeña mente conoce...- reí y me senté afuera, en las gradas de la catedral. A lo mejor se arrepentiría y quizás terminariamos jugando, esperaba que fuese un juego divertido.