escondidas... endemoniado juego perverso /Leah/

—Maldito lugar de porquería... No lo necesito...No necesito nada... Sólo...Sólo tengo que desaparecer y ya...—iba diciendo entre espesas lágrimas que se derramaban por mis ya hinchados ojos de tanto llorar esa tarde. Estaba harta de este lugar, apenas había llegado, sí, pero ya lo odiaba más que a nada en el mundo, más de lo que odiaba mi vida y mi pasado. Sentía que lo mejor que podía hacer era saltar por la torre o algo que se le pareciera, quizá dejarme caer por las escaleras, iba a dolerme eso era seguro, pero ya no quería continuar, no así. —No lo hagas Leah—escuché la voz de mi hermano como en un eco. —¡Cállate!—grité deteniéndome justo antes de entrar por completo a la torre. Mis fuerzas de desvanecieron y caí al piso frío doblando mis piernas y dejando todo mi peso sobre ellas —Cállate...por favor...cállate...—me quedé ahí llorando con la cabeza baja. Yo, Leah Koslov, la chica ruda, estaba llorando cual niña de cinco años.

Con la rapidez de un felino me puse de pie cuando escuché la voz real de alguien preguntando por mi estado, ésta vez no era producto de mi imaginación ni tampoco se le parecía al eco que escuchaba de la voz de mi hermano. Sequé mis lagrimas con ímpetu, no quería mostrarme expuesta, mi fragilidad era algo muy mío y el hecho de que los demás lo vieran arruinaba todo la máscara que yo misma me había creado con el tiempo. Igual aquí nadie me conocía y ellos no podrían imaginarse el historial de rostros que he tenido.

Vi el rostro de quien me acompañaba en la penumbra, maldije por lo bajo, ¿es que aquí ningún sitio estaba solo alguna vez? Parecía como si ahora estuviera destinada a vivir bajo la sombra y los ojos de otros. Eso para nada me gustaba pero qué podía hacer, ¿desaparecer? Eso justo ahora no podía considerarse un plan. Con el chico ahí mi plan quedaba destruido, tampoco era tan cruel como para dejarme caer y con eso provocar que luego le culparan a él. Aclaré mi voz cuanto pude y preferí mirar hacia otro lado. —No te importa—respondí sintiendo como una lágrima se escapaba de mis ojos y moría bajo mis mejillas. —Estoy bien...Sólo...sólo, bah, nada, a ti no te importa de todos modos—¡la mentira más vil! Claro que no estaba bien, pero tenía razón, a él no le interesaba, sólo había preguntado por cortesía.

[i]Así, chico, mejor ódiame, las personas que llegan a quererme no terminan bien", pensé para mí misma, recordando a mi hermano, ¿cuánto me había querido él? Demasiado y por culpa de eso ahora no estaba conmigo. Volví a dejar caer mi cabeza y lloré de nuevo en silencio. Hasta cierto punto Viktor era el culpable de toda mi miserable vida. Había sido él quien me encaminó a la perdición, por él probé las drogas y el alcohol, por él ahora estaba encerrada en este maldito manicomio lleno de locos. ¡Yo no estoy loca! Sólo soy adicta, más no estoy loca. —Yo no finjo nada, tu tampoco deberías hacerlo. Si alguien va a interesarte sólo se dará y ya—murmuré con los ojos cerrados, el cabello me cubría el rostro y con la oscuridad quedaba en el anonimato. Me moví un poco midiendo mi fuerza, no quería derrumbarme en frente del chico, llegué hasta una ventana y entonces fue cuando pude ver que tenían barrotes. —¡Mierda!—volví a susurrar. Entonces resumiendo: había corrido hasta ahí arriba con intenciones de quitarme la vida, según yo, saltando por la ventana de la torre, misma que ahora me daba cuenta que estaba protegida. Plan fallido.

Cierto, odiaba cuando los demás tenían la razón. Había captado el mensaje, él se había dado cuenta en menos de un minuto lo que yo había tenido pensado hacer, nada astuto de mi parte, sí de la suya, lo que me llevaba a pensar que los locos de este centro estaban muy bien aterrizados. Ya no quería llorar, no delante de él. Y menos con lo que acababa de decir. De nuevo tenía razón; él podría comportarse como todo un caballero y secar mis lágrimas pero en realidad no ayudaría. Siendo poco dueña de mis acciones me giré a dónde él estaba, caminé dos o tres pasos hasta quedar frente a él. Le miré sintiendo de nuevo esas gotas saldas resbalar por mis mejillas como reos huyendo de su prisión y, sin siquiera pensarlo mucho, me lancé a sus brazos sollozando —Sólo abrázame ahora...aunque a nadie le importe después—lo único que pretendía era sacar todo lo que traía dentro, ese enorme peso que cargaba en mi espalda, me rompería si continuaba llevándole sobre de mí, no era sano, aunque nada de lo que había hecho antes lo había sido. Pero pensé en ese momento que desahogarme con un desconocido sería una solución.

No pude mas que guadar silencio al tiempo que la recogía en mis brazos, me atreví a acariciar su espalda, como cuando una madre intenta tranquilizarte, no era yo una madre, pero recordé a la mía cuando mi mano se frotaba en la espalda de la chica. Fui con mi mano hasta su cabello, enredandome ahi, haciendo una jaula para protegerla momentaneamente.
Respiré su aroma, el cual me trajo recuerdos de la infancia, me limité a cerrar los ojos y tratar de emparejarme con su respiración. Estaba agitada por lo que cedí y la pegué a mi pecho para que ella se tranquilizara un poco.
Comprendí su situación, no me consideraba el más empático, pero tenía cierta capacidad... algunas veces.
El silencio de la torre rebotaba en las frias paredes, un halo de frío nos envolvió alejando su cabello de mi nariz, trayéndome de vuelta a la realidad.... ¿ y de qué servían los abrazos? se esfumarían igual de rápido que los recuerdos? ella se quedaría o huiría de mis brazos para no volver jamás?... estaba acostumbrado a eso.
De a poco la fui soltando, retirando un mechón de cabello húmedo de su mejilla, quería verle los ojos, mirar su tristeza y robarle un poco de deschicha....