Ansiedad [Gabriel]

Terapia. Necesitaba terapia, urgente. Y lo sabía, pero aún no me atrevía a consultar con algun psicólogo de aquí y admitir abiertamente que me volví loquita. Porque, claro, no estoy loca. Solo.. ansiosa. No había cambiado de opinion, seguía pensando que era una de las más cuerdas del Centro. Por eso me aburría sobremanera. Cuando no dedicaba mi tiempo a poner patas arriba la biblioteca en busca de algun dato de utilidad, y cuando no podía estar en mi habitacion con la notebook que me había dado Bob (hacía esfuerzos descomunales por mantener una apariencia normal, lo que significaba que no podía levantar sospechas al no dar la cara durante el día), me lo pasaba deambulando por sitios que ya había recorrido mil veces en muy poco tiempo. Aburrido.

Una especie de fuerza tironeaba de mi cuerpo, queriendo enviarme a la zona Sur, junto a mi preciada obsesión. Debía luchar contra eso si quería conservar mi principal fuente de comunicación por mucho tiempo. Me mordí el labio e hice sonar mi cuello, ansiosa. Ansiosa, me colé en la sala de baile, solo por hacer algo. Las paredes estaban cubiertas por espejos, y una barra a la altura de mi cintura alta atravesaba la habitación. El piso de madera era liso y brillante. Miré todo esto con expresión indiferente, antes de sujetarme fuertemente con una mano a la barra y acercar mi rostro al espejo, examinando mis facciones con el ceño fruncido.

Sería genial tener un Photoshop para la vida. Un Photoshop que elimine cualquier pequeño desperfecto que pudiera vivir en mi cara. Miré ceñuda las imperfecciones en mi reflejo, como si ante mis ojos acusadores huyeran despavoridas. Sí, claro. De repente, sin previo aviso, me topé con unos orbes oscuros que me sonreían a través del espejo. Entonces me quedé inmóvil, esperando, con la mirada atenta clavada en su rostro demostrando mi habitual recelo. Es que desconfiaba de todo y de todos dentro de este lugar, con algunas mínimas excepciones. Nunca sabía quién era el agresivo y quién el sedado, quién el esquizofrenico o el alcohólico. Busqué fugazmente algún indicio de locura en su semblante, mas solo hallé calma y confianza.

- Quizás - repliqué, girándome para encararlo con mirada un tanto confundida. - ¿Qué ves tú? - ladeé levemente la cabeza, estudiando silenciosamente cada reacción o movimiento que pudiera realizar.

Su ojos escrutaron mis facciones, cada poro de la piel de mi rostro, mi vestimenta y aspecto, acabando en los pies con una lentitud desesperante. Me mordí el labio, levemente cohibida, e hice sonar mis dedos distaídamente mientras mi mirada se detenía en su agradable sonrisa. Un momento. ¿Había dicho que no sabía quién soy? Error. Sí sabía quién era.. Audney, una simple chica normal que le gusta mucho la tecnología y gracias a sus exagerados padres se encuentra prisionera en el lugar equivocado. Esa era yo. ¿No? Esa era quien creía ser. Sonreí levemente, acompañando sus carcajadas.

Asentí con la cabeza un par de veces cuando continuó hablando. Tenía razón, ¿Qué importaba lo que los demás vieran, o pensaran, si lo que en realidad vale es tu opinion sobre ti mismo? Las comisuras de mis labios se curvaron hacia arriba en una sonrisa aprobatoria.

- Sí, estoy de acuerdo - asentí, mientras el desconocido recargaba su frente en el espejo. Sentí curiosidad por lo que dijo entonces, de modo que me acerqué unos pasos para apreciar con igual claridad el tono de sus ojos. ¿Cómo puede alguien olvidarse el color de sus propias orbes? Bueno, a lo mejor cambian con el tiempo, pensé.

- Eso depende - agregué, alzando un poco las cejas, divertida -. No sé qué ves, así que no puedo asegurarte que yo vea algo que tú no - señalé, de manera razonable. Sonreí y decidí arriesgarme -. De todos modos.. - entrecerré los ojos y escruté su rostro mientras continuaba hablando - creo... que eres muy tranquilo ¿no? Te encuentro como una figura tranquilizadora, hasta podrías cuidar a alguien bajo tu serenidad. ¿Vi algo que tú no, o solo te repetí lo que ya sabías? - esbocé una sonrisita un tanto satisfecha. Hasta ahora se había mostrado, ante todo, sereno y seguro de sí mismo. Su tranquilidad podría ser contagiosa, y conocía algunos casos que estarían felices de recibir un poco de entereza. Yo era uno de esos casos. Mi mente en ocasiones se volvía un infierno, insoportable.